Notas publicadas en el diario La República
Entrevista a los músicos uruguayos Leandro Aquistapacie y Fabián Sánchez
A lo largo del siglo veinte, el arte en general ha vivido un proceso de emancipación respecto a toda norma instituida, y ha saltado al veintiuno gritando a todo pulmón «libertad». Aunque el mercado no tarda en absorber toda idea original para producirla en masa en paquetes estandarizados, cada vez son más los artistas independientes que proliferan con una sed insaciable por romper con el status quo y estimular esa chispa libre que existe en todo ser humano. Una de las artes con mayor capacidad de generar esta chispa liberadora de tensiones ha sido desde siempre la música, y artistas como los Beatles, Jim Morrison, Luis Alberto Spinetta, El Príncipe o Eduardo Mateo, han ayudado a marcar este sendero de independencia personal y artística que se extiende hasta nuestros días debajo de nuestros pies. Exponentes de esta libertad creativa son las bandas independientes (dichas «indie») que colonizan a todos los corazones jóvenes desde hace más de 40 años, siendo una de las más influyentes actualmente la banda australiana Tame Impala encabezada por Kevin Parker.

Pero nuestro país también acuna a músicos independientes con gran interés por romper con los órdenes establecidos, algunos de los cuales pudieron descubrirse (o redescubrirse) el viernes 26 de julio de 2019 en la sala de Inmigrantes. Se presentaron en escenario canciones de los discos «Es bebé» y «El sermón de la liberación» del artista Leandro Aquistapacie, así como los temas de «Reflexiones de una Ventana Invisible», primer disco de la banda «Viajes en la Superficie», formada por Gonzalo y Gastón Vivas, Lorenzo Cavalli, Marcos Caula, y su líder y compositor Fabián Sánchez. Mencionar líderes en este caso particular del ambiente artístico uruguayo se hace más que nada por formalidad, ya que los músicos que subirán al escenario este viernes pertenecen a un colectivo y sello discográfico independiente llamado «La Órbita Irresistible», cuyos integrantes intercambian funciones entre proyecto y proyecto, entre banda y banda. Cada grupo musical formado con un nombre característico es la oportunidad para que uno de los miembros de esta órbita ponga sus composiciones a la cabeza del proceso creativo grupal, y los demás dan viento a sus alas sabiendo que luego tendrán su propio turno de volar. Además de «Viajes en la superficie» y Leandro Aquistapacie, las producciones del colectivo se desdoblan en bandas como «Algodón» (vuela la mente de Paul Higgs), «Piel» (vuelan los hermanos Vivas), u «Oso polar» (planea Pedro Duarte). Además de compartir miembros entre sus grupos musicales, la órbita también se caracteriza por un particular estilo artístico, el cual es tan fractal como las múltiples funciones de sus músicos. Psicodelia, pop, rock, blues, jazz, (¿indie?) todo se mezcla en una amalgama de piezas intercambiables que aporta nuevo aire al espíritu uruguayo y que define un único género: la libertad.

Para conocer más sobre el mundo interno de los artistas que volaron junto al aire de sus amigos en Inmigrantes aquél viernes, La República se comunicó con Fabián Sánchez (de 25 años) y Leandro Aquistapacie (de 22), dos amigos y compañeros de trabajo cuyos contrastes enriquecen más a La Órbita que sus concordancias. El interés de ambos por la música surgió en el ámbito del hogar, en una combinación entre influencias de familiares y amigos. Fabián recibió de su padre el palo británico del rock de su época, con discos de bandas como Led Zeppelin, los Beatles, Pink Foyd o Deep Purple, mientras que el palo más castellano lo recibió de su madre, quien escuchaba más a Jaime Roos, Ruben Rada o Alejandro Sanz. De tal palo tal astilla, y así comenzó Fabián a practicar con la guitarra de su padre a los nueve años mientras ya cantaba en el coro de la escuela. «Mi padre tocaba la guitarra hasta que decidió abandonarla para ponerse a estudiar ingeniería» – contó Sánchez – «en esa época (1970) era casi imposible dedicarse a la música y yo creo que ni siquiera se lo cuestionaba». Heredó el instrumento, pero no inmediatamente el entusiasmo por la música.De niño el deporte ocupaba la mayor parte de su energía, y fue recién a los trece, cuando en un disco elegido al azar rugió la voz de Robert Plant en «Black Dog», que en el compositor de «Viajes en la superficie» se encendió la chispa del artista. «La música y mis sentimientos se cruzaron en el momento exacto» – comentó Fabián -«mis padres se peleaban mucho, eso empezaba a afectarme cada vez más, y fue en ese momento que decidí abandonar el deporte para dedicarme a hacer canciones». Por su parte, Leandro Aquistapacie explicó que su afición por la música se la debe por un lado a un amigo de la escuela, y por otro a la obsesión de este amigo por los Beatles. Con la pasión de su compañero de clase por la mítica banda británica resonando en los oídos, Leandro volvió a su casa en busca de respuestas, y luego de obtenerlas comenzó todo un camino de desarrollo como músico en el que participaron tanto profesores como buenos amigos.
¿Cuál crees que es el mayor beneficio que trae la música al ser humano? ¿Te podrías imaginar un mundo sin música?
Fabián Sánchez: La música es una gran doctrina de catarsis, de liberación de tensiones. Aunque no siempre es así. La música y todas las artes están acompañadas por el contexto en el que vivimos, y este contexto muchas veces nos puede jugar en contra. La ansiedad y el ego son los principales protagonistas de mi contexto actual, es una lucha permanente.Imaginarse un mundo sin música es imaginarse un mundo de represión, sin libertad ni lugar para los sentimientos. Es por esto que elijo hacer música.
Leandro Aquistapacie: Yo creo que la música no tiene aportes ni beneficios más allá de los obvios. Es decir, no cabe pensarla en esos términos. Es una capa más del vivir humano, siempre estuvo y alguien tiene que hacerla. Pensémosla como un oficio. ¿Qué beneficio más allá del obvio tiene el hacer de un carpintero para el ser humano?

¿Considerás al arte un medio de comunicación, de transmisión de ideas? Más allá de la letra, ¿en qué forma representa para vos la música un medio de comunicación que ayuda a conectar con otros?
Fabián Sánchez: Hay personas que no hablan, personas que no pueden adaptarse a la vida que llevamos, y algunas que simplemente no eligen nacer «distintos». Me refiero a personas con patologías a las cuales no me gusta hacer referencia, ni siquiera me agrada referirme de esta forma. Durante mucho tiempo consideré a las palabras como algo superficial e impuro. Supongo que algo de ésto deben sentir aquellas personas que no les gusta hablar. La música permite comunicarte con quién sea, no se necesita cantar o decir algo, la música habla por sí sola con miles de estímulos por segundo. Claro que la comunicación no siempre es positiva, por eso insisto en su relación con el contexto social.
Leandro Aquistapacie: No creo que tampoco sea un medio de comunicación, ni de transmisión de ideas. Si pensara mis canciones como un mensaje, siendo yo un emisor, destinadas a un receptor, haría publicidad. No es que no se cumpla esta ecuación, pero si lo estás pensando así, desde ahí, podes caer en territorios terribles. La música es algo que haces en tu cuarto, después decidís a quien se lo mostrás, y seguramente sufra cambios en el proceso, pero jamás deberían estar éstos supeditados a quién se lo estás mostrando. Es generar un discurso para nadie, dejarlo lo más genuino posible desde un lugar cero de honestidad absoluta y después decidir qué hacer con él. Mi vida social se ve muy teñida por la música. Muchos de mis amigos actuales fueron inicialmente conocidos por tener una afinidad musical muy grande. Y a partir de eso, muchas de mis actividades tienen una pata musical. Ahora, conectarme con otro a través de la música, me parece una utopía. No por tocar la misma progresión al mismo tiempo considero que se está conectado. Ni tampoco creo que sea una cuestión polar de estar conectado o no estar conectado: es un camino. Hay un valor en intentarlo y en caminar ese camino. Espero estar haciéndolo bien.
¿Qué te importaría comunicar a la sociedad a través de tu música? ¿En qué te gustaría ayudar a través de la misma?
Fabián Sánchez: Mi forma de componer y escribir letras siempre parte de mis experiencias personales. Todos sentimos y vemos las cosas de formas distintas. Es por eso que mis canciones son el reflejo de mi forma de ser y ver el mundo. Esto es lo que quiero para la sociedad, quiero que seamos más fieles a nosotros y no a lo que nos dijeron que debemos ser. Necesitamos vernos a nosotros mismos para poder crecer como personas, conocer nuestros miedos más profundos así como nuestras virtudes.
Leandro Aquistapacie: Creo que no cargamos, ni yo ni ningún músico, la mochila de ayudar al mundo. El mundo se ayuda por otras vías y en otras esferas de la vida. Si lo tuviera que comparar, una canción me parece un pequeño bloque, una cápsula de divinidad. Divinidad religiosa. Creo que es lo más cerca que se puede estar a dios, en el sentido menos cristiano y más espiritualmente amplio posible. En ese sentido, no hay nada para comunicar a la sociedad: la sociedad bebe, si gusta, de ese néctar que proviene de una comunicación que difícilmente sea dedicada para ellos, pero que a pesar de esto fue ofrecida, ofrendada. Y solo me puedo hacer cargo de eso.
¿Cómo surgió el proyecto que dio origen a «La Órbita Irresistible»? ¿Qué rasgo en común destacarías entre las bandas que componen este sello y entre sus integrantes?
Fabián Sánchez: La Órbita Irresistible surge con las nuevas formas de difusión actuales. Las redes sociales y plataformas digitales permiten que cada vez más artistas trabajen de forma independiente sin depender de un contrato discográfico. Fue gracias a esto que Paul Higgs, cantante de la banda Algodón, decidió ponerle nombre a un grupo humano ya establecido por la amistad y objetivos en común. Claramente nuestro rasgo en común siempre ha sido el de la amistad, apuntando a un crecimiento como grupo y como artistas. Si bien tenemos muchas influencias musicales en común, cada proyecto es realmente distinto y único entre sí. Si bien todas parten de una de las bandas más influyentes de la música contemporánea como son los Beatles, somos personas re distintas y eso hace que nuestras canciones tomen diferentes formas.
¿En qué otras bandas y/o proyectos te encontrás trabajando actualmente? ¿Qué destacarías del disco cuyas canciones se podrán disfrutar el próximo viernes en Inmigrantes?
Fabián Sánchez: Actualmente formo parte de varios proyectos: Viajes en la Superficie, Piel, Leandro Aquistapacie, Phoro y también hago canciones bajo mi nombre «Faba Sánchez». El año pasado lanzamos el primer disco de Viajes en la Superficie titulado «Reflexiones de una Ventana Invisible». Para mí éste disco es el comienzo de una nueva era de experimentación y búsqueda de originalidad. Es la real mezcla entre sentimientos oscuros y sentimientos luminosos, generando un contraste y un balance inspirados en el Yin y Yang. Estos aspectos no sólo se pueden escuchar en las líricas, sino también en los diferentes momentos de clímax generados por ritmos de batería y texturas de guitarra.
¿Qué experiencia reciente dentro del mundo musical te gustaría compartir?
Leandro Aquistapacie: De lo más hermoso que últimamente me pasó son dos cosas. La primera fue que Faba, uno de los guitarristas de mi banda y compositor y guitarrista de Viajes en la Superficie, vio el último documental de Scorsese sobre Dylan. Después de charlar un poco, o incluso capaz fue otro día lo que lo hace mejor aún, me dice algo así como “ahora entiendo por donde va esto de la banda”.Y la segunda fue hace muy muy poco. Yo estando de gira en Santa Fé con una obra de teatro en la que toco el piano, y los gurises se juntaron en Montevideo a ensayar sin mí. Algo que ya para mí fue pila. Me mandaron un audio de una canción de una manera súper re-versionada, fresca y nueva. Y yo la escuchaba con el celular pegado a la oreja caminando por Rafaela matándome de risa y hasta llorando un poquito. Creo que acá sí cabe hablar de apropiación y de conexión entre personas.
Entrevista a los músicos uruguayos Germán Geis y Martín García de Zuñiga
El canto de un ave, seguido del de otra con otra tonalidad y brillo. El murmullo de un arrollo que corre sigiloso en su colchón de baja freciencia. Los zumbidos y otras vibraciones de los insectos que se agitan solitarios o en sociedad. El viento que silba y el crugir de las ramas y hojas con su pasar. Todo se mece en la lejanía extasiado por estos susurros de la naturaleza, a los cuales se suma nuevamente la voz de un ave o de algún mamífero extraviado. Uno de estos mamíferos le puso un nombre a esta armonía sonora de la natura: «música». Este animal bípedo y condenado al pensamiento pronto se sumó a la orquesta natural a través del perfeccionamiento de su voz y de la confección de instrumentos acústicos a partir de los materiales de su entorno. A los oídos de este ser dicho «humano» llegaron entonces, sumadas al viento, el agua, las aves y los insectos, las voces de un violín, una lira y una flauta. Sucedió así algo inesperado: la existencia en su totalidad se transformó en hierofanía. A partir de ese momento mágico los primates del dedo pulgar oponible adoptaron como comportamiento ritual el crear música para los suyos, música para humanos.

«Música para humanos» es el nombre de un grupo de artistas uruguayos interesados por esta historia del homínido y de los sonidos que envuelven su cultura. La banda, formada por Martín García (bajo), Germán Geis (guitarra), Bruno Galli (teclado), Marcelo Galli (batería) y Hernán Barceló (guitarra), desarrolla toda una amalgama de géneros musicales al servicio de la autorreflexión del escucha, géneros que transitan desde el rock progresivo, el jazz, el funk, y el pop, hasta el rap, el hip-hop, la milonga y el candombe. «Creo poder decir sin errarle que todos somos enfermos de Pink Floyd», admitió a La República Martín García, quien contó también que inicialmente se acercó a la música planeando cantar, para luego decantarse por el lado de los instrumentos rítmicos. Todos los integrantes se amamantaron de la cultura musical en sus hogares desde pequeños, y arrastraron fielmente sus gustos tempranos a sus composiciones adultas. «Me encantaba escuchar a mi abuelo tocar la guitarra, veía lo que generaba en las demás personas y comprendí que la música era un vehículo único para expresar emociones que trascienden las palabras, para llegar a una parte emocional y del subconsciente de las personas», compartió con La Republica Germán Geis.

Este último recuerdo de Geis nos envía a una famosa pregunta: ¿es la música un medio de comunicación? En opinión de Germán, es muy probable que la música haya sido de los primeros medios de comunicación que utilizó el ser humano como especie, esta evolucionando desde un código en forma de una serie de golpes hasta una verdadera expresión artística. Sin embargo, la música como concepto le parece una invención del ser humano construida a partir de sonidos y relaciones matemáticas pre-existentes en la naturaleza. De esta forma, el humano habría bebido de un arte que ya estaba presente en su entorno como en sí mismo, ya que, dijo Germán, uno puede reconocer como primer sonido rítmico del ambiente el latido de su corazón, y antes de eso el latido del corazón de su madre. «Creo que el concepto de música es una creación del ser humano, como el de cultura, por lo tanto un mundo sin música sería un mundo sin seres humanos», sentenció Geis.
Por su parte, Martín García trajo a colación una frase del vocalista Andrew Wood: «enamorémonos de la música, la fuerza que conduce nuestra vida, el único lenguaje internacional, gloria divina». En el mismo sentido, recordó Germán la importancia de la música como medio de comunicación entre dos personas que no hablan el mismo idioma. La palabra «comunicación» proviene del latín «comunis«, que significa «común», y en este caso, para que haya una comunicación, es necesario que tanto el músico como su escucha compartan un código musical en común que está en los orígenes de la especie humana. La comunicación con el otro así es esencial en el trabajo del artista: «la existencia de un otro es fundamental para mí, la música la hago para mí pero para que sea escuchada por otro, como un acto de amor hacia otra persona», admitió Geis. «Cualquier expresión artistica es una imagen (usualmente momentánea, fotográfica) del alma, de los pensamientos, de las emociones, las preocupaciones que tiene el artista en el momento que la hace» – opinó por su lado Martín – «si otra persona se conecta con esa pisca del interior de otra persona, de alguna forma, ya sea sintiendo empatía o reflejando sus propias experiencias y reflexionando, entonces sin duda se esta estableciendo una comunicación de algún tipo».

Y entonces, ¿qué buscan estos músicos comunicar a través de sus composiciones? Dos ejes parecen dirigir las temáticas de sus canciones: por un lado el cuestionamiento del ser humano como una especie más del ecosistema terrestre, por el otro la importancia de la conexión entre los individuos que componen la humanidad como base de toda solución a sus problemas existenciales. «A veces nos paramos desde un lugar extraño al ser humano, como un extraterrestre que llega a la tierra y comienza a interpretar las relaciones humanas sin formar parte de esa especie» – explicó Germán Geiss – «Desde ese punto de vista extraño se observan muchas contradicciones, hipocresía, como también un afán autodestructivo». Las sociedades humanas estarían así fragmentadas en individuos alienados, incomunicados los unos respecto a los otros, y la música funcionaría como un lenguaje que trasciende naciones y culturas para posicionarse como garante de la interconexión humana a través de la sensibilidad. «La idea es empatizar con las personas que no se sienten cómodas con la situación actual, y también ponernos frente a un espejo como especie, hacer el ejercicio de visualizarnos desde lo extraño y reflexionar sobre lo que somos», continuó el guitarrista.
En este punto es que germina una palabra que es ponderada especialmente por los miembros de «Música para humanos»: la palabra «empatía». «Creo que lamentablemente vivimos en un mundo en que el sistema propicia el egoísmo y el individualismo, porque le es afín a sus fines y muchos de los males que existen en el mundo se dan porque las personas no tienen la capacidad de reflejarse en el otro, de entender sus problemas, sus preocupaciones, sus sentimientos», expresó García. En palabras de Germán Geis:
«Me gustaría que la gente empatice con nuestras sensaciones y que así no se sientan solas. Que compartan nuestras impresiones, disfruten o reflexionen con nuestra música y les sirvan de compañía. Ayudar a que las personas se aventuren en el pensamiento. Me gustaría ayudar a combatir la alienación social, el accionar de las personas como máquinas, como piezas de un engranaje. Que piensen por sí mismas. Contener la ansiedad reinante y estimular el aquí y el ahora. Intentar dejar de ser cuerpos económicamente productivos y políticamente dóciles para buscar concientemente un camino propio, aunque no sea el “más conveniente”.

La música se vuelve de esta forma en manos de estos artistas en un importante vehículo de sentimientos e ideas con la capacidad de movilizar internamente a quien escucha, y quien dice movilización de personas dice fuerza política. Por esto Germán destaca el poder que posee la música para lograr un cambio social. «En todas las dictaduras militares regionales se persiguió a músicos, muchos tuvieron que exiliarse, otros fueron fuertemente censurados y en el peor de los casos asesinados, como fue el caso de Víctor Jara» – expresó el guitarrista – «ese miedo que genera en los gobiernos autoritarios no hace más que confirmar el poder de la música, la fuerza que tiene para hacer llegar un mensaje». Y a esto el bajista remata agregando: «Es bueno ser consciente del poder que tenemos en nuestras manos, y acá voy a hacer otra cita, pero esta ves no de un músico sino de un entrañable personaje del Hombre-Araña, el Tío Ben: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.






































Los universos se expanden, se cruzan, se reconvierten y se vuelven a expandir. Los ávidos espectadores no pueden aguantar las decisiones de los nuevos guionistas y se ponen manos a la obra (no sin entrar continuamente en conflicto). Otro caso representativo de esta participación activa de los consumidores en la construcción de un mundo ficticio lo constituye la saga de “Harry Potter”: del libro pasó a la gran pantalla, con numerosas películas que hoy exploran las historias desconocidas de distintos personajes, pero lo más remarcable es la página web “Pottermore” en la cual los usuarios pueden crear historias, especular y discutir sobre todo tipo de detalles del universo mágico que podrían habérsele escapado a la autora, J.K. Rowling. La misma autora en un principio se opuso a que los fans construyeran historias por encima del universo que ella había creado, pero finalmente terminó cediendo y creó la plataforma “Pottermore” para tener un contacto más directo con esas narraciones incontrolables que involucraban a sus personajes.


Es de esta diferencia de significados entre los universos psíquicos propios del emisor y del receptor que se da un aprendizaje en el receptor al decodificar el mensaje en cuestión. Ya cuando una historia es adaptada de un medio a otro, digamos por ejemplo cuando se adapta la historia escrita en un libro para que sea proyectada en el cine, parte del mensaje se transforma y otra parte directamente se pierde. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las veces detrás de estas adaptaciones ya no se encuentra el autor original, y que al migrar una historia de un medio a otro también se modifica el lenguaje a través del cual ésta se transmite, por ende también se modifica el código del mensaje transmitido, muchas veces éste último viéndose comprometido.
Pero, ¿qué mal hace que la misma historia sea contada a través de otro medio y por un autor diferente? ¿Qué más da? ¿Si la historia original sigue existiendo bien conservada en su medio de origen? Sin lugar a dudas no habría lugar para la preocupación si todos los medios tuviesen la misma capacidad comunicativa, y todos sabemos que ciertos medios tienen más alcance que otros dentro de las poblaciones. A causa de la menor exigencia intelectual que exige una historia contada a través de la pantalla, ésta opaca rápidamente a su hermana alojada entre las páginas de un libro frente los ojos del público masivo. ¿Cuántas personas dicen estar enamoradas del universo de Harry Potter sin nunca haber leído los libros? Lo mismo sucede con un sinfín de relatos que han migrado de recipiente en recipiente, su mensaje original muchas veces viéndose degradado con cada migración. Esto era de lo más común entre las culturas orales, si consideramos a cada orador como un medio diferente, y la situación se estabilizó con la creación de la escritura, medio que permitió fosilizar los mensajes para las generaciones del porvenir. Fue la capacidad de mantener intactos los mensajes transmitidos por nuestros ancestros lo que nos permitió progresar como civilizaciones, y esto nunca hubiese sido posible si no existiese una responsabilidad social que trate de asegurar que ciertas historias y sus enseñanzas no sean modificadas.



Su director, Adam Wingard, director mayormente conocido por explorar el género del cine de terror, defiende su obra con uñas y dientes, pero los fans siempre tienen la última palabra y esta vez el transmedia no salió victorioso de la contienda. La mala recepción de la película estadounidense no debería de extrañar teniendo en cuenta las libertades que se tomó Wingard, transformando una historia que pertenecía al género del thriller psicológico en una historia de terror completamente desprovista de los mensajes originales. En la obra original rara vez se llegan a ver directamente muertes o manchas de sangre, mientras que en la obra de Wingard vuelan chorros de sangre por doquier y la trama se centra sobre todo en las muertes ociosas, llevando a la trama detectivesca de “Death Note” a un nuevo “Destino Final”.

Por otro lado, los videojuegos siendo 100% una experiencia interactiva, es muy difícil llevar una historia nacida en un videojuego a la gran pantalla sin que la narrativa haga agua por todos lados. Lo más importante en un juego es la experiencia jugable y las emociones que ésta despierta, no la narrativa lineal. Las películas de “Resident Evil” no llegan ni por asomo a transmitir la experiencia de la historia en su medio original, y quien no jugó a los juegos se quedará con una idea totalmente errónea de lo que significa ese universo. Quizás el caso de Pokémon sea el más ejemplar dentro de estas discrepancias narrativas, ya que se trata de un juego pensado para ser competitivo. El objetivo principal del juego es armarse de un grupo de criaturas “entrenadas” para desafiar a otros jugadores, tal y como sucede con un juego de cartas. El haber llevado el concepto del juego a una historia poco cuidada en la pantalla chica podrá haber despertado el amor de los más chicos, pero tergiversó el origen de la obra original y despertó la desconfianza de un mundo adulto desconforme con las flaquezas de la narrativa de la serie animada. Hoy sólo una comunidad de entendidos sabe que Pokémon es y sigue siendo antes que nada un juego, y los prejuicios que provocó la serie construyeron un estereotipo que sigue generando ondas negativas hacia la franquicia.




Me recuerda a la trama de la película “Perfect Blue” del director Satoshi Kon, en la cual luego de que una cantante pop decidiese abandonar el escenario, un fan crea un blog falso con el perfil de su ídola para continuar su carrera de forma virtual y mantener así viva la imagen de ella que quiere recordar. En una lucha constante en contra de la insatisfacción, los prosumidores se embarcan en una odisea que nunca llegará a puerto. Convertidos en Odiseo, buscan navegar infinitamente entre los cantos de las sirenas amarrados felices al mástil de su ficción favorita, esperando nunca jamás llegar a su Ítaca. Asfixiados por la insatisfacción, los fans no terminan de decodificar plenamente la obra transmitida. Aquí entra en juego un problema serio para el significado de todo relato y de su mensaje asociado. El aprendizaje que se extrae de una historia proviene de la relación que esta historia guarda con la vida misma, y uno de los aprendizajes más importantes, que se extiende a todas las historias y que trasciende todas las generaciones, es la aceptación de la naturalidad de la muerte.
Más allá del modelo de narrativa aristotélico y lineal que ubica el final en el extremo de un hilo, el final siempre tiene relevancia para dotar de valor a una historia. Éste puede ser cerrado, puede ser abierto, pero es, a final de cuentas. Gran parte de lo que aporta valor a nuestra vida es que es finita. El saber que es finita es lo que nos motiva a disfrutarla y a amar lo que vivimos. Y sabemos a través de innumerables historias que los seres inmortales son oscuros y atravesados por el dolor y la apatía. ¿Cuántas veces hemos llorado al final de una película, de un libro o de un videojuego? ¿Cuántas veces hemos derramado lágrimas de sabiduría al cerrar la contratapa del libro que hace semanas leíamos o al producirse el último fundido a negro? Aceptar el final es lo más sabio que ha aprendido a hacer el ser humano.







Una segunda medida a emplear para amortiguar el “efecto empleo” de la tecnología es garantizar cierto crecimiento de la industria a través de subsidios a las empresas, y una tercera medida sería el esfuerzo por cubrir la brecha entre trabajadores calificados y no calificados a través de políticas de capacitación de los trabajadores. En efecto, mientras que por un lado ciertos empleos menos calificados se ven reemplazados por nuevas tecnologías, por otro los avances técnicos exigen nueva mano de obra calificada que debería de compensar los empleos perdidos… Pero de esta forma nos encontramos cada vez más frente a un creciente abismo entre los trabajadores con más nivel educativo y aquellos menos capacitados.



También opina que permiten mayores posibilidades de capacitación al ofrecer la posibilidad de acceder a cursos de calidad en línea. “Los mejores recursos humanos pueden llegar al lugar adecuado”, dice Bai, “pero a su vez hay una mayor selección, una mayor cantidad de filtros al momento de elegir a un empleado”. Asimismo, Bai cree que “hay que tratar de no promover las apariencias e intentar avanzar en el sentido inverso a las tendencias discriminadoras”. “Debemos de tratar de mitigar estas cosas inevitables de la sociedad”, dice Bai, “estos impulsos que privilegian la forma antes que el contenido, ya que van en contra de la igualdad de posibilidades”. El economista asocia estas actitudes discriminadoras con la razón de la reciente aprobación de la denominada “Ley Trans”, ya que busca proteger a las minorías de estos ataques infundados otorgando derechos a los más discriminados, y lo mismo sucede con los discapacitados. “La estética no debería de pesar, y sin embargo sabemos que pesa”, se lamenta Hugo Bai.
Esto significa que ya no basta con estudiar durante un sólo período de la vida y es importante aprender e innovar permanentemente. Ser creativo y reinventarse con cada desafío se vuelve poco a poco una ley para subsistir en nuestras sociedades tecnificadas. “En el mundo actual el que hace siempre lo mismo la queda”, dice Bai, “y en Uruguay existen muchos problemas con esto”. Es necesario estar toda la vida perfeccionándose, “el esfuerzo educativo no se acaba en el doctorado o en el pos doctorado”. Bai haya que un ejemplo de este nuevo mundo es la instalación de la empresa UPM en nuestro país que trajo consigo nuevas tecnologías que requieren un proceso de formación de los trabajadores nacionales para potenciar sus capacidades. No existe entonces según Bai un Edén o un oasis al cual llegar a través de los estudios, eso ya es historia antigua. “No hay un nivel a alcanzar para quedarse tranquilo”, opina el economista, “No hay ningún nivel educativo trunco”.


Si esta negación se haya aun en boga en gran parte de la población, éste no es el caso de aquellas estructuras sociales que enseguida se precipitaron por hacerse con los controles del inconsciente colectivo que alimenta la motilidad de la población mundial en su conjunto. Conocidos son los casos del uso de la propaganda como medio de manipulación tanto de la opinión pública como de la acción social, tomando como base los planteos de
El arte siempre ha sido el medio de transmisión cultural por excelencia. Pinturas rupestres en las cavernas, construcciones arquitectónicas de civilizaciones milenarias, obras diferentes según el movimiento histórico del espíritu; el arte a la vez comunica y transmite el estado de un alma de una generación a las siguientes. La Industria Cultural tan criticada por la Escuela de Frankfurt ha ampliado el abanico de sus influencias y el mercado del arte es hoy el gérmen responsable de la descomposición del simbolismo. Haciendo uso de las mociones inconscientes que motivan al espíritu de los consumidores, la Industria hoy promociona películas de sobresaltos y explosiones, así como videojuegos bélicos y llenos de personajes musculosos que representan al típico héroe americano. Lo importante es obtener el mayor número de ventas sin importar el contenido, así que la innovación representa una amenaza. Una invitación al razonamiento o al disfrute de una melodía nueva podría significar una pérdida insoportable de ingresos.
Se genera entonces una gran máquina de producción de apariencias rudas alimentada por los mismos andrajosos argumentos buscando atraer al público a través de sus pulsiones instintivas en busca de satisfacción. La libido drena su energía en transacciones superfluas. La violencia y el deseo sexual se ponen por encima de los símbolos que originaron los cimientos de nuestra cooperación comunitaria. Freud consideraba que la cooperación de las almas en una comunidad de masas se daba por la compensación entre fuerzas libidinosas, y a este fenómeno lo llamaba “amor”. El amor fue el motor universal de las civilizaciones. Es el amor y sus simbolismos los que han sido transmitidos por el arte entre las generaciones que nos precedieron. Hoy es difícil encontrar estos simbolismos dentro del mercado del arte. Lo que más se promociona carece claramente de ellos. El amor junto a sus símbolos requieren interpretación, trabajo intelectual, y la masa encuentra más cómodo el no pensar.


Mi primera reacción frente a la noticia fue de alerta, pero esa emoción se transformó en miedo cuando vi la rápida reacción de los medios de comunicación y la respuesta de la población mundial frente a las campañas emprendidas por los mismos. En particular me impresionó, al igual que al periodista español 


Obsesionado con su cámara, Thierry registró a artistas callejeros alrededor de todo el mundo, y por esas casualidades de la vida, terminó dando con su mayor ambición: conocer al gran Banksy. Este cineasta amateur se tranformaría en la gran excepción de Banksy, ya que es la única persona que dejó que tomara algún registro de su trabajo, siempre y cuando su rostro nunca apareciera en pantalla. Thierry Guetta considera a Banksy un “Robin Hood moderno”, debido a la fama adquirida en el anonimato y a la esperanza que logra transmitir en los espectadores de su obra. Pero no todos los artistas callejeros permanecen en el anonimato, como es el caso de Shepard Fairey, mejor conocido como “Obey” y por sus obras en pegatinas gigantes de “André EL Gigante”. Este artista dice haber conocido el “arte de la repetición” en 1989, cuando tomó conciencia de que cuantas más pegatinas se difundieran, más importante el artista parecía ser y más preguntas despertaba éste en las personas con su arte. Fairey considera que de esta influencia es que un individuo gana poder. Lo mismo entendió Thierry Guetta cuando abandonó su cámara para dedicarse al arte callejero que durante tanto tiempo documentó. Adoptó así el pseudónimo de “Mr. Brainwash” considerando que tanto el street art como la publicidad ejercen sobre la población un lavado de cerebro. El propio Banksy toma como uno de los principios motivadores de su arte la idea de que las marcas registradas y sus derechos de autor y de propiedad intelectual equivalen a construir una ley para obligarle a uno a pedir permiso antes de quedarte con una piedra que te fue lanzada en la cabeza. Es por esto que se ve desilusionado cuando constata que el 



Este tipo de manifestaciones fueron prohibidas durante la dictadura de este país y no volvieron a hacerse presentes definitivamente hasta mediados de la década de los 80, tiempo en el que los círculos intelectuales y críticos explotaron en mensajes iconográficos que celebraban la vuelta a un régimen democrático. El arte urbano se vuelve así un modo de vida que, impregnándose del grafitti y los stencils neoyorquinos, comienza de a poco a transformar la ciudad para sus habitantes. El advenimiento de la Era Digital permite que estos artistas desinstituidos y benevolentes se organicen para formar eventos como el Festival de Arte Urbano Iberoamericano, que en noviembre del 2013 se celebró en Montevideo. Como se expone en el video, en esta ciudad se cuenta con la ventaja de que los artistas callejeros no suelen recurrir al vandalismo para realizar sus obras, sino que obtienen el permiso de vecinos de barrio deseosos de ver qué tienen para transmitir. En mi opinión, el fenómeno del arte callejero y del grafitti en particular, es pionero de lo que se vive hoy como fenómeno artístico en la red de redes que es Internet.
Es un arte que nace con el propósito de ser colectivo y de generar algo nuevo en quién contempla la obra. El artista callejero aporta su opinión y su obra queda expuesta a modificación: una vez terminada, su obra ya no le pertenece. Esto nos traslada a la cuestión hoy muy debatida sobre los derechos de autor en una sociedad hiperconectada a través de las nuevas tecnologías de la comunicación. El artista urbano ya encontró la solución: dejar ir la obra, ponerla en libertad, o, mejor aun, dejar su obra a disposición de la libertad de los demás. El grafitti es como las diferentes formas de arte difundido en el mundo virtual, un modo de expresión que manifiesta la posición de una sociedad frente a la realidad que se encuentra viviendo. Pensamos enseguida en Banksy y en su empleo de los medios innovadores de la comunicación para hacer eterno su mensaje en la mente de sus espectadores. Los grafittis y stencils son un diálogo en imágenes, así como los diálogos en redes sociales como Twitter o Facebook. Son los “twits” de la red social urbana; las calles son las redes de la red metropolitana. El arte aparece así como un lazo entre los autores y la ciudad que alinea diferentes identidades a través de una vía pública donde todas las opiniones se comparten y están sujetas a nuevas resignificaciones. Los artistas urbanos nos instan así a aferrarnos menos a nuestras obras, a estar más permeables a las obras de los otros y así, a licuar el derecho de autor.