Un fenómeno como el del artista callejero Banksy sólo podría ser posible dentro de esta nueva era digital. Hace veinte años hubiera sido imposible rastrear a un artista de esta índole, de la misma forma que tampoco hubiera sido posible el conocimiento y difusión de su nombre en el mundo entero. En una era en la cual la inmediatez es soberana, también lo efímero se vuelve inmortal a través de las nuevas capacidades técnicas de registro y reproducción de información. El arte, según Yuri Lotman, es un sistema de modelización secundario del mundo, ya que se superpone a la lengua, que considera como sistema de modelización primario. El arte, así como el lenguaje verbal, nos proporciona modelos de la realidad que nos rodea y es transmisor de la cultura y los valores sobre los que ésta se asienta. Ha sido así desde los inicios de la evolución humana, y la época actual no es la excepción.
Por un lado las nuevas tecnologías de la comunicación nos permiten optimizar nuestro trabajo, agilizar nuestro aprendizaje e inmediatizar nuestra comunicación; por otro lado los mecanismos de control social que siempre tiñeron las relaciones de poder son dotados de las mismas herramientas. Las comunicaciones interpersonales se mediatizarán como nunca antes entre pantallas, pero fenómenos sociales como lo son la popularidad de Banksy a nivel mundial, o la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak interpretada en la Plaza de la República en París durante la manifestación “Nuit Débout”, son pruebas de que las calles no permanecen vacías y de que las voces de protesta no se escuchan sólo a través de parlantes o audífonos.

Hoy es posible un salto al unísono en defensa de un ideal como nunca antes fue posible en la historia de nuestra humanidad, y las redes sociales en comunión con el arte son y serán un arma definitiva contra cualquier fuerza coercitiva. Internet facilita y fomenta la conexión y coordinación de grupos de expresión artística y social tanto dentro como fuera de las redes, y estas manifestaciones se continúan en la red y toman fuerza para salir de nuevo a la calle, en este punto concuerdo con Manuel Castells. Pero no hay que darle la espalda a las contradicciones inherentes a todo sistema, ya que sólo lo que encierra una contradicción se mueve, y, si nos negamos nuestras propias contradicciones, permaneceremos estáticos en un mismo carril. ¿Pero hacia dónde nos lleva el carril en el que tan ciegamente pretende recostarse Castells? Me aventuro a decir que hacia un precipicio. El arte de Banksy nos trata de informar sobre el mismo.

La brecha generacional que existe hoy en día entre los jóvenes nacidos entre las nuevas tecnologías y las generaciones analógicas es la garante de que el mundo humano conocerá un cambio radical en cuanto uno de esos jóvenes digitales logre influenciar al poder. Estos jóvenes están embebidos de todo tipo de culturas gracias a la enorme difusión y mezcla de las artes de territorios diametralmente opuestos, y, con la libertad de expresión que hoy conocen, cada vez más jóvenes se ven motivados a perder el miedo a crear y sumarse a ese océano artístico colectivo que habla un mismo idioma: el amor. Los valores que son pilares de nuestras democracias occidentales son defendidos por inmumerables artistas independientes a través de la red digital. Es preocupante aun así la pérdida de orientación institucional de los valores y los símbolos a ser transmitidos a través del arte, ya que aquellos que dirigen las instituciones tradicionales pertenecen en su mayoría a una era analógica, y, viéndose obligados a sobrevivir y mantener su autoridad, se fusionan a las leyes del mercado que drenan los contenidos simbólicos en beneficio de la rentabilidad económica. Pero es tarea de las nuevas generaciones, embebidas de las nuevas lógicas sociales de la era digital, el tomar las riendas de la cultura y reescribir los símbolos y valores en peligro de extinción dentro de un nuevo orden. El arte será indispensable en este proceso como mecanismo de transmisión y mutua vinculación, como siempre lo ha sido, como siempre lo será.