El gran garrote digital

La guerra comercial que enfrenta a Estados Unidos y China tiene a todo el mundo atento desde hace más de dos años. El año pasado el gobierno norteamericano aplicó aranceles de 25% a la importación de productos chinos por un valor de 50 mil millones de dólares anuales, y estos impuestos amenazan con aumentar considerablemente si China continúa sin querer modificar la estructura de su economía abriendo su mercado interno a empresas extranjeras. El veto que este año impuso el ejecutivo del presidente Donald Trump a la comercialización de las empresas de su país con la compañía de telecomunicaciones Huawei ha tensionado las relaciones comerciales internacionales, y las empresas que más se ven afectadas son aquellas especializadas en la fabricación y distribución de tecnología. 

La inclusión de Huawei en la lista negra de Estados Unidos se encuentra justificada por supuestas actividades de espionaje de esta firma en beneficio de China, y, aunque la afectada niega tajantemente estas acusaciones, varias empresas, entre ellas Google, han decidido suspender sus negocios con Huawei, tanto en lo que respecta a hardware como a software. Esta decisión dejaría a la multinacional china sin acceso a todas las aplicaciones que son propiedad de Google, como Chrome o Google Maps, así como impediría que la empresa hiciese uso del sistema operativo Android. Ante este panorama, Huawei prepara actualmente un colchón sobre el cual caer desarrollando su propio sistema operativo, llamado Hongmeng, el cual estaría disponible ya en 2020 y promete tener las mismas funciones (o mejores) que Android. 

Por su lado, el gobierno chino no muestra interés de participar activamente de esta guerra comercial, pero ya ha manifestado públicamente que no dudará en luchar con uñas y dientes en caso de que el gobierno de Washington se muestre empecinado en intensificar las tensiones. Cuando en mayo de este año Estados Unidos subió los aranceles a productos chinos, el gobierno de Pekín decidió subir sus tarifas a bienes estadounidenses en 60 mil millones de dólares. Por otro lado, Huawei contribuye en gran medida con la empresa norteamericana Apple, gran parte de la fabricación de sus iPhones dependiendo de compañías chinas, por lo que una decisión del gobierno chino de imponer los mismos vetos a sus empresas nacionales podría significar un duro golpe para la firma de Steve Jobs. Esto sin contar que China ya ha amenazado con prohibir las exportaciones a Estados Unidos de metales de tierras raras, un grupo de 17 elementos con capacidades magnéticas que son fundamentales para la industria tecnológica y de los cuales cerca de la mitad de los suministros del planeta descansan en territorio chino. Con China gobernando el 86% de la producción de estos metales, utilizados por ejemplo en productos como baterías recargables, imanes, y varios componentes de telefonía celular, la jugada de respuesta a las políticas de Trump podría dar vuelta el tablero.

Frente a todas estas represalias de Washington para presionar a su mayor economía rival, varias empresas afectadas se han visto obligadas a mudar su producción fuera de China. Y la decisión no sólo concierne a compañías chinas y americanas, sino que debido a un juego de interrelaciones están involucradas un montón de otras industrias ajenas a las dos nacionalidades en disputa. Un ejemplo de esto son las empresas taiwanesas como Foxconn y TSMC, las cuales fabrican componentes para los celulares de Apple y que tienen gran parte de su producción radicada en el gigante asiático. Viendo una amenaza en la subida de los precios de sus productos en el mercado estadounidense y por ende una pérdida importante de sus ganancias, muchas empresas se apresuran inquietas a deslocalizar gran parte de su industria fuera de China, por lo menos aquella fracción que esté específicamente encargada de suplir la demanda del mercado americano. La empresa taiwanesa Pegatron ya ha movido el año pasado varias de sus fábricas a Indonesia, y recientemente, según The Wall Street Journal (WSJ), la compañía de entretenimiento Nintendo tiene planes de migrar la parte de su producción que abastece a Estados Unidos a otros países del sudeste asiático en caso de que las amenazas de Trump se materialicen. El mismo plan tiene entre manos la compañía Apple.

Todos estos movimientos de fábricas entre fronteras modificarían los esquemas de producción y distribución de las más grandes industrias del mercado, afectando indudablemente a la economía mundial. Pero la realidad tangible de este escenario no se sabrá hasta que se haya producido la cumbre del G20 agendada para el 28 y 29 de junio de este año, en la cual el presidente de Estados Unidos pretende tener una reunión con su par chino, Xi Jinping. Sería luego de este encuentro que Donald Trump decidiría si poner o no en práctica su amenaza de imponer aranceles a productos chinos por una suma de al menos 300 mil millones de dólares. En la cumbre del G20, la cual reúne a los países más industrializados y emergentes del planeta, se discutirá asimismo si aplicar o no nuevos impuestos a las mayores empresas de tecnología del mercado, impuestos que estas firmas deberían pagar aunque el servicio que vendan sea fuera del país en donde están instaladas físicamente. Uno de los países que ya se encuentra ansioso con imponer estos impuestos a los dueños de las tecnologías de la información es España, aunque todavía no es seguro cómo sería el proceder para imponer la nueva normativa. 

FILE PHOTO: U.S. President Donald Trump and China’s President Xi Jinping meet business leaders at the Great Hall of the People in Beijing, China, November 9, 2017. REUTERS/Damir Sagolj/File Photo

Tanto estas decisiones del G20 como las decisiones particulares del gobierno de Estados Unidos amenazan con modificar profundamente el ecosistema global de la industria de la tecnología. La propia Google ha advertido a Trump de los peligros que puede suponer el que su empresa se vea arrastrada por el veto a Huawei, alegando que esto puede realmente comprometer la seguridad de los norteamericanos. Según el coloso de la Internet, es difícil que el sistema operativo desarrollado por Huawei equipare en seguridad al de Android, lo que podría desperdigar dispositivos más vulnerables por Estados Unidos, vulnerables no sólo frente a ataques cibernéticos chinos, sino de cualquier otro país. Por otro lado, teniendo en cuenta el historial de la industria china, es probable que Hongmeng realmente logre equiparar o superar a Android, por lo que las sanciones a Huawei y la prohibición de que sus smartphones dependan de Android podrían terminar favoreciendo a la economía China al empujarla a dominar el mercado. 

Sin embargo, esta guerra comercial afecta a ambos lados: tanto la industria de la tecnología china como la estadounidense dependen mutuamente la una de la otra. No sólo los gigantes de telefonía inteligente americanos poseen gran parte de su fuerza de producción en China, sino que Huawei también depende tanto del software norteamericano como del hardware de empresas como Broadcom, Western Digital o Skyworks. Pero en esta lucha en la que los dos gigantes del mundo se desgarran uno al otro, los más perjudicados son los propios usuarios. El ecosistema oligopólico de la industria tecnológica hace que los consumidores no puedan depender de una sola compañía ni de un sólo país. En efecto, en este mundo cada vez más globalizado es muy difícil que los dispositivos de los que haga uso un individuo pertenezcan 100% a una misma firma o economía nacional: el sistema operativo podrá ser Android o Windows, pero quizás el ordenador o el celular sea fabricado en China. Un aumento de las sanciones en ambas partes de la contienda significaría inevitablemente un aumento de los precios de los productos tecnológicos para todos los consumidores. En el mejor de los casos, si las fronteras se cerraran con los dientes apretados, se generarían grandes burbujas de economías truncas que poco tienen que ver con los ideales del liberalismo, y el usuario no tendría más opción que elegir a qué bando pertenecer. Por lo pronto, el futuro de este complejo ecosistema tecnológico aún es incierto. Habrá que esperar para saber qué decisiones se toman en la cumbre de las economías más poderosas del mundo. Mientras tanto, el mundo permanece alerta.

Bruno Gariazzo

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