
En el texto “»The Matrix» o las dos caras de la perversión” Slavoj Zizek teje todo un entramado detrás del argumento más superficial de la película “The Matrix” y expone aquellos puntos por los que este argumento hace agua. Comienza asociando la trama del filme con el mito de la caverna de Platón, como para recalcar que la supuesta originalidad de la idea que lo motiva está arraigada en los orígenes de nuestra civilización idealista: la realidad no es más que una ilusión proyectada por nuestros sentidos y traducida en símbolos por nuestra mente. La “Matrix” es un programa de simulación de realidad, una “realidad virtual” que reduce las experiencias sensoriales de los seres humanos a un sistema binario, para así distraerlos de la “verdadera realidad” en la cual éstos están siendo utilizados por máquinas como fuentes de energía. Zizek nos compara el argumento de la película a otros productos de la cultura popular como la película “The Truman Show” de Peter Weir o la novela “Time out of joint” de Philip Dick. Resuena de este último autor también la novela “UBIK”, en la cual en una sociedad futurista las mentes de aquellos que fallecen pueden ser descargadas en una simulación programada que les permite disfrutar de una “vida después de la muerte”.

El autor pone sobre la mesa asimismo los trabajos de la Escuela de Frankfurt para la cual la sociedad del capitalismo tardío sumerge a la humanidad en una hiperrealidad vacía que busca recrear lo real para ofrecerlo en los escaparates del consumo, generándose así una desespiritualización y desmaterialización de nuevo de lo “verdaderamente real”. Sale a colación el razonamiento del filósofo alemán Peter Sloterdijk según el cual la vida del ser humano implica una continua construcción de esferas de sentido dentro de las cuales el mismo se siente seguro, amparado. Estas esferas estarían representadas por toda ideología, y Zizek no tarda en asociar tanto la ideología como la simulación de la Matrix al concepto del “Gran Otro” Lacaniano. Este “Gran Hermano” universal es la representación del orden simbólico detrás de todo símbolo; es el cable a tierra de la razón, el Dios detrás de toda fe. Cuando el sujeto se siente alienado es cuando descubre que este “Gran Otro” no es lo que parecía ser y que “en realidad” éste carece de toda sustancia. Aquí comienza a delinearse la paradoja detrás de la Matrix: el Gran Otro es a la vez la fuente de las fantasías humanas que sueñan con un “más allá” y la fuente de las paranoias que temen la presencia de un plan maestro detrás de la aparente aleatoriedad y arbitrariedad del signo original. La desconfianza frente al «Gran Otro», maestro de nuestros hilos y dueño de nuestros objetivos y esperanzas, florece en nuestras sociedades occidentales de forma evidente frente a situaciones que exigen la mano dura del «Papá Estado», situaciones como la actual pandemia global causada por el SARS-CoV-2. ¿No podría ser este virus parte de un plan maestro para dar vuelta el tablero económico en favor de unos pocos privilegiados? En cuanto los cimientos que justifican el respeto a la autoridad comienzan a temblar, los edificios de toda creencia en el poder establecido comienzan a caer, y de pronto surgen un montón de grupos interesados en dominar la máquina abandonada del «Gran Otro». Estos grupos de poder querrán subirse al coloso y maniobrarlo, pero desgraciadamente (o no) incluso tales grupos guardan una profunda necesidad de creer en un poder más grande que ellos. Ante una catástrofe como esta, no tardarán en poner el grito en el cielo grupos representantes de diferentes religiones, grupos de tecnócratas, grupos de extremos ambidiestros, grupos ecologistas… …enfin, grupos de ideólogos que tratarán de aprovechar el momento de la duda para demostrar su punto de vista. Siempre que exista la duda, existirá algo que guíe la creencia, y aunque el dudar nos haga más libres, un exceso de libertad también puede atentar contra nuestra supervivencia. Esto lleva hasta al más incrédulo a querer siempre lanzar el anzuelo aunque sea un poco más lejos en busca de aquella figura paterna perdida que permite la existencia de una «Gran Ilusión».

Volviendo a la matriz de datos construidos de forma binaria, nada nos podría asegurar entonces que no pudiese existir una “Matrix detrás de la Matrix”, una realidad “más real que lo real”, detrás de toda realidad, un universo de infinitos reflejos producto de dos espejos enfrentados. Nos viene a la mente la película “Piso 13” de Josef Rusnak, cuyo argumento se basa justamente en la existencia de simulaciones detrás de simulaciones. Nos dice Zizek que este Gran Otro es representado en nuestras sociedades hoy en día por el conocimiento científico y su autoridad sobre todo lo real. La intersubjetividad en la que se funda todo conocimiento objetivo es la piedra angular de nuestra esfera de Sloterdijk, pero la seguridad que nos proporcionan las convenciones no deja de ser ilusoria. La ignorancia que se cierne sobre la mayoría de la población marca una distancia enorme entre el conocimiento científico y el sentido común, no lográndose entonces consolidar el símbolo de lo real característico de todo Gran Otro. El anarquismo metodológico de Feyerabend pierde así todo sentido en un mundo dominado por la ignorancia, y la realidad se desmantela fragmentada en un sinfín de tesis diferentes. En un mundo en el cual comienza a reinar la duda y donde ganan terreno las teorías conspiracionistas, la realidad que percibimos adquiere los matices de la ficción; los caracteres del sueño: una simulación autoinfligida. Otra vez, esto mismo queda evidenciado por las reacciones surgidas a nivel mundial con la expansión del tema «coronavirus». Las sociedades, entre el pánico y el escepticismo, no encuentran lugar para la confianza en ningún conocimiento, por más fundado en evidencia experimental que esté. La educación no logrando ser aún un pilar fundacional de nuestro funcionamiento como especie, la competencia barre con todos los esfuerzos de iluminar los rincones dominados por el miedo. Cuando el Estado Protector falla en cumplir su rol de salvaguarda, el futuro se vuelve nebuloso y lleno de incertidumbre, los hilos parecen perder tensión de golpe y las marionetas caen al suelo desarticuladas y confundidas. En medio de esta oscura confusión, los hilos se enredan, los objetivos pierden sentido y la libertad se vuelve de a poco nuestra peor enemiga.

Antes era fácil delimitar la locura: bastaba alejarse de la gran norma, salirse de la horma semiótica, para ser señalado como loco. Hoy cada cual gana conciencia sobre su propia locura inherente al descubrir su propia esfera de significaciones. Al despertar, el ser humano descubre que la locura ha acompañado al individuo durante toda su existencia. Zizek va aún más lejos y nos propone considerar que lo real no se encuentra ni dentro ni fuera de este Gran Otro, de esta gran esfera sloterdijkeana, sino que permanece en los intersticios. Citando a Hegel y a Lacan, el autor nos dice que lo real no es el cuadro, la representación ni lo representado, sino el marco. La realidad yace dentro de la conexión entre apariencia y esencia; la “cosa en sí misma” es la mirada y no lo percibido por ella. En este sentido, la “verdadera realidad” no sería ni el mundo apocalíptico dominado por máquinas ni la gran simulación de la Matrix, sino el “desierto de lo real”. Neo nunca estuvo más cerca de lo real que dentro de ese infinita nada de color blanco que brindaba el ordenador a la espera de que algún programa le fuera descargado. Esto es, dice Zizek, lo que Lévi-Strauss llama “institución cero”, y es dentro de ésta y por esta que logramos una percepción de cualquier realidad a través de una función negativa: todo existe en contraposición a una ausencia. Es necesario experimentar la falta para poner en duda al Gran Otro. Es en este agujero negro de la certeza que se apoya toda ideología, y es a través de él que se fragmentan nuestras concepciones. Pero es aquí también donde la desconfianza en el «Papá Estado» cumple en estos tiempos un rol fundamental: es la oportunidad de sembrar, a nivel individual y colectivo, una semilla de verdadera libertad intelectual que sepa madurar para que luego los individuos sepan ceder esta libertad de forma consciente en pos de un bien común.

La Matrix no es lo aparente y Sion no es la esencia: la realidad se esconde en la unión entre ambos. Ninguno de los dos existe sin el otro. Y la Matrix no sería la única realidad construida según el autor del texto; la condición de “elegido” de Neo también es construida por las fantasías de sus pares. Su heroísmo es tan virtual como la arquitectura del código binario. El elegido es, según la película, aquél que es capaz de desenmascarar la virtualidad virtualizando la realidad. Haciendo a la humanidad consciente de los límites de la esfera es que “El Elegido” liberará la mente de los suyos, pero estos límites son la condición de toda libertad. Es en este punto que Zizek nos trae al dios ocasionalista de Malebranche: Dios, el Gran Otro (la Matrix), es quien articula mente y cuerpo, quien hace posible toda acción y toda percepción. La realidad fluye en la mediatización, y en un mundo mediático, es el Dios-Red el que sujeta los hilos. Aquí es que Zizek plantea la paradoja profunda que subyace a la película: el ser humano fantasea con su libertad sólo gracias a su esclavitud frente a la Matrix. Las utopías de la sociedad están emparejadas a las distopías en las que se ven inmersas. Hoy, cuando un virus parece dibujar ante nosotros las distopías de una obra de ficción, la utopía de la libertad no parece tan seductora. Cuando más deseábamos deshacernos de los hilos que nos articulan, un mal mayor al Gran Otro derribó nuestra puerta y corrimos desesperados (arrastrando los hilos) en busca del abrigo de un fiel titiritero. «Dios ha muerto», decía Nietzsche, y aun así seguro lloraba por las noches añorando aunque sea una esperanza de protección. Es imposible soñar con lo que no tenemos, ya que a partir de lo que tenemos se construyen nuestros sueños.

En la actualidad estamos experimentando, según el autor esloveno, un cambio en la forma de nuestras utopías. El posmodernismo nos instaura en una utopía atemporal para nada utópica: al tener un constante acceso a documentos que nos traen el pasado hacia el presente en una versión digital, vemos el tiempo de nuestra realidad suspendido en la productividad constante y nos vemos a nosotros mismos inmersos en una pasividad productiva. Nuestro único cometido es ser fuentes de energía y nuestra utopía se torna la del retorno a la realidad del “estado natural” de Thomas Hobbes. El Gran Otro se alimenta de los placeres de nuestras fantasías y nosotros sin más fantaseamos obedientes. El ciberespacio se ha liberado del empuje de lo real y dentro del mismo la realidad se vuelve una esfera de reglas arbitrarias que podemos suspender. Sólo basta creerse el elegido. Pero esta sensación de libertad y este deseo por regresar al estado de Hobbes se resquebrajan cuando un coloso más grande que El Coloso rompe con los límites de nuestra esfera cognitiva. Entonces, el futuro sólo puede ser prometedor para nuestra humanidad si somos capaces de reconciliar nuestra libertad intelectual con la eterna necesidad de un Gran Otro. Solamente podremos mantenernos libres dentro de la duda, pero es necesario salir de ella para creer en el otro, y una crisis como la del COVID-19, si algo nos enseña, es que son los lazos con los otros lo que hace grande a nuestra pequeña individualidad. Es a través de una red de individualidades que sobreviven los sueños colectivos, y por más que ésta comprometa nuestra propia libertad, es esa misma red en la que se funda nuestra propia seguridad. En pocas palabras, nuestra propia supervivencia depende de que creamos en un Gran Otro. Y como en toda gran fotografía, a ese gran marco que la encierra algunos le dicen «amor».
