Como bien lo demuestra Antonie Compagnon en el texto Las cinco paradojas de la modernidad; Sin aliento: Posmodernidad y palinodia, el término “posmodernidad” no está exento de ambigüedad… más bien éste es ambiguo por donde se lo vea. Surgiendo por un lado como una reacción en contra del modernismo y su racionalismo elitista en pos del progreso, el posmodernismo surge en la arquitectura exaltando las antiguas formas y la síntesis de las mismas con las innovaciones. Pero por otro lado se nos aparece el posmodernismo como una negación de la historia y de los procesos. ¿Cómo es posible homenajear al pasado a la vez que se mira al futuro? Una respuesta a esta interrogante nos la da la película “Toy Story” producida por Pixar y estrenada en 1995. Siendo una película que busca estimular el lagrimal del público al estar llena de elementos nostálgicos (la mayoría de los juguetes que aparecen en escena están inspirados en juguetes que alegraron a niños desde los 80), ésta es a la vez la primera película animada completamente por ordenador. Se transforma así no sólo en un hito de la innovación tecnológica en la historia del cine, sino también en un ícono posmodernista.
Dice Compagnon que el posmodernismo se caracteriza por la coexistencia de estilos diferentes, por la mezcla entre la memoria y la novedad y por un diálogo constante entre elementos heterogéneos y contradictorios. El cuarto de Andy refleja estas características al estar repleto de juguetes de todo tipo, de todos los orígenes y épocas, que conviven dentro de su propia sociedad organizada. Este espacio aparece entonces contrario a las oposiciones autoritarias del modernismo. Cualquier joven hoy en día se sentiría alcanzado por estos razonamientos al estar acostumbrados a transitar su vida inmersos en un jugo multifrutal producto de la licuadora de la globalización. Las redes sociales de esta era digital han permitido permeabilizar las culturas y sus historias al punto que el propio proceso histórico parece nunca haber existido. La posmodernidad parece entonces estar representada por un barco que flota en un vacío sin rumbo sobre el curso del tiempo, siempre apuntando más allá.
Toy Story es una película con un guión complejo que ha sido comparado incluso con el “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes, pero en vez de presentárnosla a través de una narrativa difícil y elitista, se opta por una narrativa de código ameno para la decodificación de las masas. Se trata así mismo de una celebración de la contracultura y de la sociedad de consumo: la llegada de los regalos de Andy no sólo son todo un acontecimiento comparable a un nacimiento de proporciones bíblicas, sino que marcan el inicio y la resolución del relato. Pero los elementos posmodernos no sólo se dejan entrever en la película como un todo, sino también a través de las relaciones entre sus personajes protagonistas. Woody y Buzz son desde el principio como el agua y el aceite. La disputa que nace entre ellos se puede asociar al conflicto estallado entre modernistas y posmodernistas. La ambigüedad surge también en esta relación, ya que ambos personajes pueden ser asociados tanto con el posmodernismo como con el modernismo dependiendo del punto de vista con el que se los analice. Al principio Buzz, al ser un juguete novedoso y lleno de funciones, se nos aparece como un estandarte del modernismo. Su lema “al infinito y más allá” nos envía a la idea del progreso en aras del futuro. A su vez, Woody se nos aparece como el líder de la heterogeneidad armónica que existe en la habitación de Andy y como el defensor de la cultura popular que él mismo busca legitimar. Se vuelve así un líder posmodernista que ve con recelo al moderno juguete nuevo. Según Compagnon, otro rasgo del posmodernismo es su oposición frente al idealismo del Siglo de las Luces, y Woody no tarda en desprestigiar a Buzz tratando de poner en evidencia la verdad detrás de sus “lucecitas”. Aunque llamativas, estas luces no son lo que parecen. Pero la envidia que crece progresivamente dentro de Woody lo transforma de a poco en un personaje autoritario, conservador, amante por ende de sus tradiciones y reacio al cambio. Su bandera se va tiñendo así de los colores modernistas a medida que crece su negatividad.
Por otro lado, a medida que avanza la película Buzz aparece cada vez más como un personaje optimista, que reúne la ilusión y la realidad, y que pone en cuestión la institución liderada por Woody. Este optimismo desmesurado es asociable no sólo con el optimismo de Don Quijote, sino también con el espíritu posmodernista. Es la representación de la utopía del joven que flota sobre el tiempo inflado de amor y que se niega a aterrizar. Volar con sólo desearlo es posible , y nadie tiene el derecho de demostrar lo contrario. Aunque la realidad le demuestre constantemente la verdad sobre su condición plástica, Buzz continúa manteniendo la certeza de ser un héroe producto del progreso tecnológico. Se cree modernista y Woody no pierde oportunidad en remarcarle su verdadera condición de juguete, es decir de un producto de la sociedad posmodernista. La situación se asemeja a una discusión entre un padre producto de las revoluciones de los 60s y su hijo, producto de las revoluciones sociales que nacen de la mano de las revoluciones tecnológicas. El hijo intentará convencer a su padre de las nuevas posibilidades que se abren para permitir un futuro mejor desprovisto de problemas, mientras que el padre no cesará de remarcarle las cadenas que lo encarcelan al eterno ciclo de los tiempos.
En efecto, los delirios de grandeza de Buzz caen en picada cuando presencia una publicidad que promociona la venta de su propia existencia. El personaje, así desenmascarado frente a sí mismo, se deprime al saberse un producto de la sociedad de consumo y toma al fin conciencia de su identidad posmoderna. Se trata de un juguete popular y vendible. No es más que un éxito comercial. Buzz pasa de glorificar su propia historia a negarla por completo. El personaje pierde fe en el futuro y sucumbe a la locura. Es la crisis esencial de la conciencia de la historia de la que nos habla Compagnon. Entran en crisis la razón, el ideal del progreso y la legitimidad de los saberes. El globo de ilusión del joven ha sido estallado y el camino hacia la utopía parece desvanecerse en el infinito. No siendo nada más que un producto de las desventuras de la historia, ya no vale la pena esforzar la mente imaginando nuevos y mejores futuros. Dueño de una mente en la cual todo es incierto, en su locura Buzz se transforma en un “posmoderno acrítico” que prefiere tomar el té con amigas imaginarias dentro de un entorno «kitsch».
Pero su renuncia al heroismo moderno no dura demasiado, y es gracias a su reconciliación con su modernismo que se produce el desenlace de la película. Comprende que la culminación de la creencia en el progreso no significa volverse irracional. Resuelta esta dicotomía, hace uso de su razón, utiliza lo innovador de sus funciones y logra volar hacia su destino (o «caer con estilo»). Lo posmoderno aparece entonces como la verdad detrás de lo moderno, pero el reconocimiento de esta verdad es lo que le permite superar las posibilidades de su modernidad. La utopía restaurada, la mente del joven puede tomar las herramientas de la realidad que encuentra a su disposición para planear cómo despegar del suelo del que nunca despegó, y así saltar y planear hacia una dirección precisa. El sin sentido ordenado hacia un sentido se transforma así en el oxígeno del soñador.
Por otro lado nos encontramos con el personaje de Sid, el vecino malcriado de Andy al cual destruir y torturar juguetes le produce placer. El gusto de este personaje por crear quimeras a partir de juguetes originales nos permite catalogarlo, en términos de Compagnon, como un “posmodernista tardío”. A Sid lo motiva el mezclar las vanguardias sin importar su historicidad teniendo como único juicio de valor su propia subjetividad y como único objetivo la satisfacción, el placer, lo que lo hace un transvanguardista. Inspirado en Sid Vicious, bajista y corista de la banda Sex Pistols, este personaje aparece como representante de varias generaciones surgidas a partir de los años 80, hijas de la caída de los muros culturales, del entendimiento (¿ilusorio?) entre los pueblos y del crecimiento exponencial de los medios de comunicación. Las generaciones de los 90 y del segundo milenio presentan acentuadas estas características transgresoras de las definiciones y del orden, no aceptando ningún tipo de límite ni condición para lo que quieren representar. Promulgan (y me incluyo) conceptos sin principio ni fin, bien afines a los postulados de Félix Guattari y Gilles Deleuze en «Mil mesetas», la deconstrucción de las culturas en pos de las libertades individuales, sin nunca olvidar aquellos orígenes simbólicos en común que todas las culturas comparten. Es el espíritu de las ya tradicionales «Rave Partys», fiestas en las cuales todos los sentidos y significados se mezclan en un miasma en común con todos los presentes que agitan los cabellos hacia un futuro incierto. A Sid poco le importa el sentido de su existencia y transita su vida rodeado de espacios fragmentados. Cuando tiene que decidir a qué juguete enviar al espacio con su cohete, poco le importa la vanguardia: le da lo mismo hacer despegar al vaquero o al astronauta. El cuarto de Sid, todo desordenado y con cosas desperdigadas por doquier, es símbolo de su nomadismo y despreocupación ante la vanguardia y la tradición moderna: parafraseando a Compagnon, el cuarto de Sid es un banco de datos donde la elección es prácticamente aleatoria. Las mezclas son su especialidad, ve en el caos un valor en sí mismo y no parece preocuparse por encontrarle a las cosas sentido alguno. Pero su amor por el caos y el sin sentido culmina cuando sus monstruosas creaciones se revelan contra su imperio voraginoso y Sid permanece preso del miedo. Miedo que rápidamente se nos traduce en miedo a la propia muerte y que encamina al personaje en un nuevo camino de rectitud. De forma diferente a Buzz, la posmodernidad de Sid también se reconcilia con la modernidad y sus esfuerzos pasan a concentrarse hacia un objetivo preciso. En efecto, en una posterior película de la saga de Toy Story, el personaje de Sid aparece en el fondo de una escena cumpliendo trabajos comunitarios.
Por último, el final de la película resuelve la antítesis entre los protagonistas a través de la síntesis, subrayando así el carácter posmodernista del filme. Tanto el vaquero como el astronauta han dejado de criticarse mutuamente y se han amigado en pos de la cultura popular de consumo; han abandonado “la dimensión subversiva o crítica del modernismo en provecho de una cohabitación simple con la sociedad posindustrial”. La tradición y la innovación han estrechado manos y las oposiciones modernas quedan suprimidas. El posmodernismo parece ser aun así menos hostil frente al modernismo que frente a la vanguardia: tanto Buzz como Woody temen la llegada de otro nuevo juguete que los supere. A diferencia del Quijote, Buzz no muere al final de esta película, y esto representa finalmente otro rasgo posmodernista del largometraje: el posmodernismo es incapaz de representar la muerte en este mundo neo-industrial. El propio Buzz niega la posibilidad de su muerte con su lema: “Al infinito, y más allá”. Pero, como lo retrata el personaje de Sid, el tomar consciencia de lo finito puede acercar el «más allá» hacia un aquí y un ahora con un sentido de determinación que reconcilia lo posmoderno y lo moderno en un nuevo significado de la palabra «utopía».