Ha pasado más de un siglo y medio desde que Charles Darwin desencadenó con su teoría de la evolución el proceso del despertar de la humanidad, el abandono progresivo de su sueño milenario; o mejor aún (en términos de Sigmund Freud), el proceso de regresión de la psiquis colectiva humana hacia sus representaciones inconscientes originales. Durante el último siglo se han debatido filósofos, antropólogos, sociólogos, etólogos y psicólogos en el intento de interpretar este sueño milenario y de encontrarle una solución a partir de la puesta en evidencia de aquellas representaciones que fueron reprimidas en épocas tempranas del desarrollo de nuestra humanidad. Este trabajo psicológico de la consciencia (tanto colectiva como individual) sobre las inervaciones inconscientes a las que está adherida representaría la promesa de una mayor libertad de los seres humanos en el futuro. La toma de control por parte de la consciencia de aquellos mecanismos que son fuente de su energía otorgaría a aquella una libertad sin precedentes, un despegar hacia un universo en gran parte transformable.
Los trabajos intelectuales de Darwin y Freud constituyeron dos baldes de agua helada, uno humanístico y otro científico, arrojados en el rostro de una humanidad que se hallaba apaciblemente dormida. Como si de una terapia psicológica universal se tratara, las primeras reacciones ante estas ideas, que amenazan con desnudar los rincones más oscuros y temibles de nuestra mente, fueron de negación. Si esta negación se haya aun en boga en gran parte de la población, éste no es el caso de aquellas estructuras sociales que enseguida se precipitaron por hacerse con los controles del inconsciente colectivo que alimenta la motilidad de la población mundial en su conjunto. Conocidos son los casos del uso de la propaganda como medio de manipulación tanto de la opinión pública como de la acción social, tomando como base los planteos de Gustave Le Bon sobre el comportamiento de la masa colectiva y la psicología de masas de Freud. Estamos al tanto también de las consecuencias nefastas que tal manipulación pudo acarrear: campos de exterminación en la Alemania Nazi, totalitarismos despiadados del lado izquierdo y derecho, la aprobación de guerras sin fundamento lógico que esconden atrás del discurso el más primitivo deseo de expansión territorial y de influencia. Estas estructuras nunca abandonaron el mando de nuestras fuerzas pulsionales, sino que perfeccionaron por medio de la evolución técnica los mecanismos a su disposición; mudaron los engranajes por las placas de silicio. En la sociedad hiperconectada de hoy, se hace más evidente el carácter de los procesos de censura y desplazamiento de las mociones inconscientes. Por otro lado, también surgen nuevos mecanismos conscientes capaces de contrarrestar la acción de esas estructuras al mando, poniendo en evidencia su intento de control sobre la motilidad colectiva.
Dijimos antes que el control de los mecanismos inconscientes que inervan el control de nuestra consciencia incrementa nuestra libertad de transformación de la realidad. En términos de Régis Debray, es esta transformación de la realidad de nuestro entorno la que constituye la transmisión cultural de una generación a la siguiente. Ya sea un monumento, un mausoleo, la tumba de un familiar querido, una obra literaria memorable o una película de culto, la creación de las generaciones que nos precedieron representan simbolismos que nos indican dónde posicionar nuestro próximo paso en el futuro. Hoy en día, en el auge de los medios técnicos de comunicación, la humanidad conoce una crisis de sus procesos de transmisión. Aumentar la capacidad de comunicación no significa aumentar el grado de transmisión de contenidos simbólicos. Comunicarse en el espacio no significa transmitir en el tiempo. Las instituciones que antes aseguraban la transmisión de valores de una generación a la siguiente hoy se transmutan en empresas que sólo buscan asegurarse el mayor beneficio económico en sus comunicaciones. Donde esto resulta más evidente es en el medio artístico. El arte siempre ha sido el medio de transmisión cultural por excelencia. Pinturas rupestres en las cavernas, construcciones arquitectónicas de civilizaciones milenarias, obras diferentes según el movimiento histórico del espíritu; el arte a la vez comunica y transmite el estado de un alma de una generación a las siguientes. La Industria Cultural tan criticada por la Escuela de Frankfurt ha ampliado el abanico de sus influencias y el mercado del arte es hoy el gérmen responsable de la descomposición del simbolismo. Haciendo uso de las mociones inconscientes que motivan al espíritu de los consumidores, la Industria hoy promociona películas de sobresaltos y explosiones, así como videojuegos bélicos y llenos de personajes musculosos que representan al típico héroe americano. Lo importante es obtener el mayor número de ventas sin importar el contenido, así que la innovación representa una amenaza. Una invitación al razonamiento o al disfrute de una melodía nueva podría significar una pérdida insoportable de ingresos.
Se genera entonces una gran máquina de producción de apariencias rudas alimentada por los mismos andrajosos argumentos buscando atraer al público a través de sus pulsiones instintivas en busca de satisfacción. La libido drena su energía en transacciones superfluas. La violencia y el deseo sexual se ponen por encima de los símbolos que originaron los cimientos de nuestra cooperación comunitaria. Freud consideraba que la cooperación de las almas en una comunidad de masas se daba por la compensación entre fuerzas libidinosas, y a este fenómeno lo llamaba “amor”. El amor fue el motor universal de las civilizaciones. Es el amor y sus simbolismos los que han sido transmitidos por el arte entre las generaciones que nos precedieron. Hoy es difícil encontrar estos simbolismos dentro del mercado del arte. Lo que más se promociona carece claramente de ellos. El amor junto a sus símbolos requieren interpretación, trabajo intelectual, y la masa encuentra más cómodo el no pensar.
En pocas palabras, el significado profundo del amor no vende, el sexo y la violencia sí. Es particularmente preocupante el que la población considere la violencia y el sexo como símbolos de madurez; la madurez humana sería entonces reducida a la madurez sexual, cuando tradicionalmente las culturas siempre tuvieron en el concepto de madurez un símbolo mucho más profundo.
Madurar significa también hacerse consciente del pasado de las generaciones que nos precedieron, de lo que nos constituye como seres que son parte de un colectivo, y lo que es más importante, de un patrimonio común. Madurar significa entender el significado del concepto del “Amor”, y la Industria del Arte hoy menosprecia sus simbolismos.
El devolverle a los símbolos enterrados con nuestras raíces el valor preponderante que se merecen dentro del mercado, es un requisito indispensable para que la humanidad salga de su adolescencia y dé el próximo paso hacia su madurez como especie.
Bruno Gariazzo