“¿Qué es “El Arte”?”, es la pregunta por la que han entrado en debates y disputas los pensadores desde la contemplación de la primera nota o la primera pincelada. Las representaciones artísticas tanto en el ámbito de las artes visuales como en el de la música han estado investidas originalmente en las diferentes culturas de un halo divino. El artista en las culturas azteca e incaica era portador de presagios, tenía el poder de traer con sus manos mensajes provenientes del futuro, lo que nos da a entender que los indígenas americanos creían, así como lo cree el escritor y economista Jacques Attali, que el arte es “profecía”. La misma escritura, antes de consolidarse como un medio artístico en la literatura, tuvo sus inicios en manos de unos pocos privilegiados que traían mensajes desde los cielos todopoderosos. El arte se fue consolidando así como una actividad reservada a aquellos favorecidos con el don de la creación, y cualquier intento de acceder a tales dominios sin legitimación divina era considerado una blasfemia.
No tardó el mundo occidental en reunir a la producción artística en instituciones que otorgaran tal legitimación a quienes consideraran de valor cultural suficiente para merecerla, pero hoy estas instituciones protectoras del “Buen Arte”, así como las instituciones políticas, están en descomposición.
Las artes comenzaron a desestructurarse progresivamente, a perder el orden meticuloso cultivado durante siglos y que hacía de cada cultura un edificio inamovible desde sus cimientos. De forma acompasada con el pensamiento, todos los elementos que componían la música y la pintura se arremolinaron durante el siglo XX para salir disparados y reorganizarse fuera de las normas que los agrupaban. La cultura pop había tomado la batuta en los años 60 para lanzársela a un público deseoso de subirse a un escenario. Fenómenos como la Beatlemania demostraban a los jóvenes que la música podía florecer en reconocimiento fuera de las grandes instituciones y de su sofisticado lenguaje encriptado.
Pero hoy en día el escenario ya no es el mismo altar de los dioses que fue en la segunda mitad del siglo anterior; cada vez más cantidad de jóvenes toman consciencia de su propia calidad de potenciales artistas “escenificables” y así pierden progresivamente aquella adoración libidinosa que hacía de las presentaciones de las presentaciones de los Beatles algo tan característico. Las redes sociales y la rapidez con la que se comparte información sobre música ha revelado al edificio prestigioso de la partitura clásica como lo que siempre fue: un lenguaje y un medio de comunicación más entre otros. Gracias a los distintos foros y a Youtube, los músicos alrededor de todo el mundo pueden compartir todos sus conocimientos con aquellos deseosos de mezclarse en el mundo de la música, de una forma sencilla y relajada. Todo aquél que quiera aprender a tocar un instrumento y a compartir su propia música tiene la posibilidad de hacerlo y de ser reconocido por ello. Los géneros musicales de tanto multiplicarse al final terminan por perder sentido y disolverse.
Como lo considera Gabriel Galli Danese, la humanidad está logrando levantar a través de redes sociales como la formada por la aplicación Spotify, una “gigantesca Biblioteca de Babel” que absorbe todo lo producido por cada individuo y lo vuelve un ladrillo más del edificio cultural humano. Por más reservado que un artista sea, su obra terminará fluyendo hacia este “pool cretivo” como un alma que asciende a los cielos. Es el caso de Prince, que a pesar de todas las medidas que ideó para evitar que su música fuera subida a Internet (pensando en estrategias aun en su ausencia), luego de su muerte nada pudo evitar que su obra se publicara en este patrimonio cultural común. No hay ley que pueda frenar el flujo de la cultura en la sociedad red. Lo mismo sucede con las artes visuales. Los museos cada vez tienen que pedir menos silencio ya que carecen de pasos que resuenen entre sus muros. En términos de Boris Groys, las paredes que extraían del exterior lo profano para otorgarle el valor de “lo nuevo” bajo su protección hoy se disuelven, o más bien, se expanden para englobar el universo entero.
Hoy el arte habita en cada representación colgada en plataformas como Tumblr. Se desintegra el miedo que impedía a las personas mostrar con orgullo el resultado del trabajo de sus manos. Los propios museos, presionados por buscar adaptarse a los nuevos tiempos, deciden hacerse museos virtuales. Por otro lado, los graffitis se han expandido considerablemente en todas las ciudades del mundo como un medio de expresión social, transformando a la calle misma en un museo digno a ser recorrido y contemplado. La propia tecnología que ha permitido esta creciente universalización del arte no se vuelve tan sólo obsoleta con el pasar del tiempo, sino que es ella misma glorificada como obra artística a ser contemplada y coleccionada. Los ruidos que antes podían resultarnos molestos como ser el chirrido de las primeras conexiones a Internet o el envío de un fax, hoy se vuelven archivos a preservar como fósiles, o “sonidos en extinción“. Las bandas pueden emprender sus propios proyectos desde la red, sin tener que moverse del mismo lugar en el que graban, si es que no graban desde lugares diferentes en caso de encontrarse algún miembro viviendo por ejemplo en otro país. La oportunidad que pretende darles a los nuevos músicos el canal Paradelion Music TV es precisamente lograr una difusión de su obra en un sitio en el cual todo lo que se produzca sea para compartir en red. El arte se ha escabullido de la Gran Institución. Ha abandonado el altar para mezclarse entre los creyentes. El compartir sin fines de lucro y sin ser sometido a juicios legitimadores se convierte de a poco en la nueva norma. A la pregunta “¿qué es El Arte?” hoy respondemos: El Arte es democrático.