Artículo publicado en el diario La República

Un piano rodando libre cuesta abajo a través de una calle desierta; un hombre que se resbala y cae al suelo por culpa de una cáscara de banana inoportuna; infinitas persecuciones entre ladrones y policías, entre amantes y entre ofensores y ofendidos; golpes en la cabeza, golpes en la rodilla, objetos pesados que caen lastimosamente sobre el dedo gordo de un pie al descubierto y los saltos adoloridos del afectado. Todos son elementos típicos de la comedia como hoy la conocemos, y sobre todo son elementos de la comedia cinematográfica que siguen haciendo reír a personas de todas las edades más allá de las adversidades.
Los orígenes del cine cómico se remontan a los albores del arte de las imágenes en movimiento y sus primeros trazos son responsabilidad de los propios creadores del cinematógrafo: los hermanos Lumière. De la misma forma que éstos crearon sin buscarlo el arte más importante del siglo XX, también incursionaron por pura casualidad en el género de ficción y en la comedia con su breve corto llamado «El regador regado». La travesura de un niño que corta el flujo del agua de una manguera para luego devolvérselo en la cara a un regador desconcertado inauguró en el cine el uso de los recurrentes «gags» y del género «slapstick», es decir ese género plagado de bromas visuales y golpes que tanto furor hizo, primero en Francia y más tarde en Estados Unidos.

Cabe destacar que el cine nace en una cuna fuertemente inspirada en la Comedia Francesa que toma rasgos claramente extraídos del espacio teatral. Las actuaciones payasescas de los actores franceses como André Deed, quien bebió del genio de las primeras fantasías cinematográficas George Méliès, encuentran su exponente a comienzos del siglo XX en la figura de Max Linder. De nombre real Maximilien Gabriel Leuvielle, este actor protagonizó a un personaje salido de la aristocracia, un caballero refinado vestido de frac, bastón y galera, que se veía enredado en las más ridiculizantes situaciones. Obras como «Max pedicuro», «Max y la quinina» o «El casamiento de Max» despertaban la hilaridad de un público que disfrutaba de ver en situaciones embarazosas a un representante de una clase social prestigiosa. Max Linder fue el primer gran cómico del cine, capaz de generar una histeria colectiva cuando se lo creyó muerto en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, a cuyas filas fue movilizado.
La explosión de la guerra obligó a muchos artistas a emigrar a los Estados Unidos, incluido al querido Charles Chaplin, a quien Max Linder reemplazó en la productora norteamericana Essanay en 1916. Desgraciadamente, las sonrisas que este cómico inspiraba no se correspondían con la depresión que le terminó quitando la vida junto a su esposa, con quien se suicidó en 1925 en el país de las oportunidades. A la sombra de Max Linder ya había crecido en esos años otra gran estrella del «star system» americano: Michael Sinnott, mejor conocido como Mack Sennett. Junto a la actriz Mabel Normand y a la productora Keystone, Sennett popularizó las delirantes persecuciones entre automóviles, entre personajes a través de tejados, las caídas estrepitosas, los tortazos con tartas de crema, y todos esos elementos tan comunes en las caricaturas animadas hasta el día de hoy.
Pero no se puede hablar de los orígenes del cine de comedia sin hablar del ya mencionado Chaplin ni de su ingeniosa forma de mezclar la risa con un involucramiento social admirable. Procedente de una familia judía de actores, Charles Chaplin fue víctima de la pobreza en la que se sumió Inglaterra luego de la Gran Guerra. Este escenario de hambruna y desconsuelo en el que vivió el artista fue inspiración para su película «El Chico» de 1921, así como para su discurso a favor de la paz y la cooperación de los pueblos que da su personaje en la película «El Gran Dictador». Junto a la troupe de pantomima liderada por Fred karno, Chaplin legó a tierras norteamericanas para pasar a unirse a la Keystone de Mack Sennett en 1913. El genio de Chaplin no tardó en desviarse del sendero trazado por Sennett para comenzar a delinear su propio camino artístico, que como ya hemos dicho está marcado por un fuerte compromiso social. De esta forma, Chaplin se embarcó con su personaje de Charlot en una aventura dirigida por la risa que buscaba destruir las instituciones establecidas, revolucionar los roles adjudicados a las clases sociales, y, por sobre todas las cosas, ubicar al amor entre los seres humanos como única máxima legítima a perseguir por la sociedad. Todos los roles de poder son por él puestos en ridículo: jefes de empresas, policías, nuevos ricos lujosos y matones fornidos son llamados a enfrentarse a este enclenque personaje sin miedo a las jerarquías.

Otro de los exponentes de la comedia del cine mudo que es menester nombrar es Buster Keaton. Joseph Frank «Buster» Keaton fue conocido como «cara de piedra», o «cara de palo» en España, por su aspecto impasible y su rostro inexpresivo frente a las más disparatadas situaciones. Esta inexpresividad contrastaba con las exageradas gesticulaciones que caracterizaban a los comediantes de la época, quienes debían transmitir hilaridad en ausencia de cualquier sonido. Pero lo más asombroso de este personaje era su capacidad de salir ileso de las circunstancias más riesgosas, habilidad que lo caracterizaba desde pequeño y que originó su apodo. Caer desde una altura considerable aferrado a un andamio que se desploma, viajar sobre el extremo delantero de una locomotora a toda velocidad, o salvarse de ser aplastado por la fachada de una casa por estar ubicado justo en el hueco dejado por una de sus ventanas, son solo unas de sus más conocidas peripecias. El propio Chuck Jones, guionista y caricaturista responsable de los Looney Tunes, reconoció que Buster Keaton inspiró a personajes de la talla de Bugs Bunny.

Como hasta el momento todos estos comediantes estaban acostumbrados a trabajar para el cine mudo, sus actuaciones pendían más que nada de la pantomima, es decir de la expresión a través de gestos y no de palabras. El cine sonoro vino a cambiar este paradigma completamente, por lo que en un inicio el mismo Chaplin puso el grito en el cielo, y actores como Buster Keaton que no pudieron adaptarse a la nueva tecnología quedaron en el olvido. Sin embargo, sin el sonido no hubiese sido posible el conmovedor discurso que brinda Charlot en «El Gran Dictador» al sustituir por accidente la figura de Adolf Hitler. El cine sonoro también dio nuevo aire a actores como Oliver Hardy y Stan Laurel, dúo mejor conocido en España y Latinoamérica como «El gordo y el flaco», ya que de la contraposición del acento sureño de Hardy y del acento inglés de Laurel surgió un novedoso factor de comicidad desconocido hasta el momento en el cine. Otro dúo que se alimentó del diálogo en pantalla fue el compuesto por Bud Abbott y Lou Costello, dúo cuyas conversaciones hilarantes ya habían comenzado de forma radiofónica, remarcando la importancia que significó la inclusión del sonido en el cine como puerta a toda una nueva gama de artistas. Por primera vez era posible hacer del lenguaje hablado la base de la comicidad en la pantalla, lo que enriqueció y dio carisma a las actuaciones de comediantes como el mexicano Mario Moreno, mejor conocido como Cantinflas. Las maneras ocurrentes de escapar de situaciones comprometedoras a través de la profunda intrincación de las conversaciones fueron, gracias al personaje de Moreno, pronto conocidas en Latinoamérica y el mundo como «cantinfladas».

Los sonidos de los golpes, explosiones y caídas enriquecieron la comedia tanto en dibujos animados como en actores caricaturescos como Los Tres Chiflados. La música en conjunción con el sonido de diferentes instrumentos de la dirección artística dieron otro puntapié a la imaginación al servicio de la risa, como lo demuestran la escena de Jerry Lewis con sus dedos bailoteando sobre una máquina de escribir invisible o los porrazos delirantes de Tom y Jerry, el Pato Lucas o el Coyote y el Correcaminos. El sonido también abrió la puerta a los diálogos embebidos del absurdo que lanzaron a la fama a los Hermanos Marx, Groucho, Chico, Zeppo y Harpo, quienes sorprendieron a anteriores comediantes de la pantalla por sus locos discursos y películas que ponen a prueba todo atisbo de sentido, como «Sopa de ganso» y «Una noche en la ópera». Con unas cejas y un bigote engrosados con pintura, un habano en la esquina de la boca y chistes a grandes zancadas, Groucho Marx delineó el humor que sería de inspiración a comediantes célebres como Woody Allen.

Tanto personajes de carne y hueso como personajes creados desde cero a través del dibujo se alimentaron de los pioneros de la risa proyectada. La pantalla comenzó a funcionar gracias a su trabajo como un espejo distorsionado en el que podíamos apreciar versiones ridículas de diferentes actores sociales como de nosotros mismos. Las caídas, los golpes, las persecuciones, y las palabras fuera de toda fórmula pasaron a ser esos elementos que ayudan (y ayudarán en el futuro) a liberar las tensiones cotidianas de la olla a presión que constituyen nuestras sociedades humanas.